Estoy a mil, corriendo contra el reloj. Tengo demasiadas pelotas en el aire. Necesito un día de 48 horas. Me siento tironeado. Estoy quemado. Me buscan todo el tiempo, no tengo un minuto para pensar.
Abordemos la falta de tiempo, una de las primeras cuestiones que aparecen en la lista de dificultades, y de excusas, para lograr lo que queremos. Sin ser idealistas ni negar la realidad, nos proponemos indagar cuánto influyen los factores “externos”, sobre los que no tenemos control, y cuánto los factores “internos”, nuestra percepción subjetiva y nuestras conductas habituales, en esta sensación de ahogo.
Plantear algunas cuestiones de foco pueden ayudarnos a tener más dominio y administrar mejor nuestro uso del tiempo, de modo de provocar y proteger los espacios que necesitamos para trabajar tranquilos, pensar, ser más creativos y más productivos.
El contexto de vértigo que se vive en el trabajo es cada vez más exigente y desafía nuestra capacidad de adaptación. Hoy es usual que trabajemos en varios proyectos a la vez. Quizás nos toque reportar a más de un jefe, colaborar con personas diversas, liderar a uno o más equipos, a veces en distintas geografías y husos horarios. Las demandas se multiplican y nos tironean de un lado para otro, bloquean nuestras agendas y estamos sometidos a un ritmo de bomberos, siempre corriendo para apagar los incendios a medida que se presentan.
Inmersos en un paradigma que asocia estar ocupado y ser rápido con ser eficiente, es fácil caer en respuestas automáticas. No nos cuestionamos si las cosas podrían ser de otra manera, ni en qué estamos contribuyendo nosotros mismos a la vorágine. Como damos por sentado que no hay tiempo, no lo buscamos, no lo generamos. Un buen ejemplo son algunos juegos que hacemos con clientes a quienes acompañamos, donde proponemos situaciones en las que el tiempo no apremia. Son muy pocos los jugadores que se paran a reflexionar y armar una estrategia antes de empezar. La mayoría se tira de cabeza a la acción y se apura, aunque no sea necesario.
Tendemos a echarle la culpa de nuestra falta de oxígeno al jefe que nos presiona, a los colaboradores que no cumplen o al “estilo de la empresa”, a la falta de recursos, por mencionar los más comunes. Protestamos, pero nos quedamos atrapados en la ruedita del hámster.
Así le ocurría a Carolina, gerente de Recursos Humanos de una compañía productora de alimentos en la que trabajó durante 15 años. La cultura de la empresa exigía que sus gerentes estuvieran conectados 24×7. Aunque tenía un equipo capacitado para responder, sus jefes la buscaban a cualquier hora y por cualquier motivo. Trabajaba muchas horas, y al salir tenía que estar siempre pendiente del celular, incluyendo los fines de semana y las vacaciones. Agotada, y consciente de que quería una mejora en su calidad de vida, decide renunciar. Si bien tuvo muchas ofertas, eligió incorporarse a una empresa del mismo rubro donde, aunque le pagaran menos, desde la primera entrevista supo las políticas del cuidado de la salud y el bienestar de sus empleados. Los gerentes debían dar el ejemplo, planificando su trabajo para que pudiera cumplirse dentro de las 8 horas reglamentarias. “Los primeros días”, dice Carolina, “de pronto levantaba la vista de mi escritorio y me daba cuenta de que, siendo las 18:30, en el piso no quedaba nadie. ‘¿Será que me puedo ir?’, me preguntaba. Me sentía incómoda, me daba culpa irme “temprano”. Por supuesto, alguna vez nos teníamos que quedar una o dos horas más para sacar algo urgente, eso era una excepción, no la regla. Descubrí un mundo nuevo, en el que al salir de la oficina veía el sol, los negocios todavía estaban abiertos, podía encontrarme con amigos y pasar tiempo con mi familia. Al principio miraba todo el tiempo la pantalla del celular esperando una urgencia que nunca llegaba, porque nadie me llamaba después de hora, ni los domingos a la noche. De a poco pude empezar a disfrutar, a concentrarme en la conversación con el otro. Me di cuenta de que, si bien la empresa anterior era tiránica con mi tiempo, yo también hacía que eso fuera posible por estar siempre disponible, por no cuidarme, por creer que no podía decir que no”.
La idea de que es imposible parar puede ser más hija del hábito que de la realidad. De hecho, hoy muchas compañías tienen que obligar a sus gerentes a que se tomen las vacaciones acumuladas. Las demandas externas siempre van a existir. Pero hay una parte de nuestro tiempo, aunque sea pequeña, que depende de nosotros provocar y cuidar, y que a veces nos la perdemos por acostumbramiento, por inercia, por no cuestionar nuestras suposiciones.