En las organizaciones tradicionales, un líder se destaca por su inteligencia. En las organizaciones innovadoras, lo que distingue a un líder es su capacidad para desarrollar equipos inteligentes.
Y no se trata ya de una definición clásica de inteligencia como la facultad de la mente para aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad, sino de una disposición superior que la escritora belga/japonesa Amélie Nothomb, a raíz de Riquete, el del copete, el personaje de su última novela, define como “el sentido del otro”. Esta facultad es “comparable a la facilidad para los idiomas. Los que la tienen saben que cada persona constituye un lenguaje específico y que es posible aprenderlo a condición de asimilarlo con la más extrema meticulosidad del corazón y de los sentidos. Los inteligentes que no desarrollen este acceso al prójimo se convertirán, en el sentido etimológico del término, en idiotas: seres centrados en sí mismos”. Para los griegos, los idiotas, eran aquellos que sólo se ocupaban de sus propios intereses en desmedro de los asuntos públicos.
En el actual contexto de cambio veloz y permanente, quienes lideran no pueden ser idiotas, aunque sean muy inteligentes. Ya terminó la época de los héroes y los lobos solitarios, de los que esperan que los sigan por puro brillo o puro poder, de los amantes de la rienda corta, de los que piden mucho y no dan nada. Hoy, en las organizaciones de todo tipo, los equipos han asumido el papel que antes tenía el individuo. Hay una mayor conciencia de que el éxito colectivo es más importante que los logros privados, porque de la alineación de todos en torno a un propósito común dependen el éxito y la supervivencia. Las habilidades para interactuar, compartir y cooperar, antes consideradas blandas, se han vuelto competencias ineludibles, y para dominarlas se necesita desarrollar una inteligencia empática, un “sentido del otro” como un ser distinto y complementario, valioso e indispensable.
Conocer al otro, saber qué piensa, qué lo motiva, a qué le teme y qué desea es importante, pero no suficiente. De hecho, hoy las máquinas pueden discernir con eficiencia esos patrones, que orientan las decisiones de los clientes, a partir de cientos de indicadores, y esta misma tecnología ya se está aplicando al interior de las empresas para predecir los comportamientos de los empleados. La inmensa cantidad de datos tabulados y cuantificados puede ser muy valiosa para guiar las estrategias corporativas, pero no reemplaza a la capacidad de resonar con otros inherente a nuestra condición de mamíferos, que nos distingue de las máquinas y nos hace irremplazables. Porque la verdadera empatía, como toda inteligencia, también es capacidad de adaptación.Implica sacarse los propios zapatos para ponernos en los del otro, y también quitarnos los anteojos y los tapones de los oídos para poder ver lo que esa persona ve, sentir lo que siente, entender de dónde viene, sus porqués y sus peros.
Hay personas que son naturalmente empáticas, que rápidamente sintonizan con personas distintas y responden de una manera que valida sus pensamientos y sus emociones. Para el resto de los mortales, que no nacimos con ese don, es un esfuerzo de cambio personal difícil, a veces doloroso, de ir desnudándonos de nuestras certezas y nuestros prejuicios. Sin embargo, la empatía se puede entrenar, y mejora con el tiempo. Poco a poco nos volvemos más permeables a lo que le pasa al otro, y nos es más fácil ir a su encuentro y ponernos al servicio de su evolución.
Lejos de ser una habilidad blanda, la empatía es una competencia estratégica que genera ventajas competitivas. El incremento en la confianza, la motivación y el compromiso acelera la toma de decisiones, favorece la comunicación y el trabajo en equipo, aumenta la productividad y el clima de bienestar.
Para los griegos, los idiotas, eran aquellos que sólo se ocupaban de sus propios intereses en desmedro de los asuntos públicos. El “sentido del otro”, la inteligencia superior de la empatía, es lo único que puede convertir a un grupo de individuos aislados en una comunidad fuerte, alineada y pujante.